viernes, 8 de enero de 2016

Y con una clase de Sokushindo exploté


Llegamos a casa y la realidad se nos vino encima...
Todo aquello que se detuvo en la Luna de Miel, volvió multiplicado.
Mi flamante recién estrenado marido entró en un estado de tristeza continuo, en un círculo vicioso sinfín por los problemas que venía arrastrando desde el mes de Octubre. Yo todavía resistía, estaba intentando ser el pilar que lo sostenía todo.

Pasamos unas Navidades de pena y una entrada de año todavía peor.

Temía la noche porque me tenía que ir a trabajar y no podía estar con él. De día no pasaba nada, todo el mundo sabe que de día las cosas se ven más fáciles. En cambio de noche, todo es terrible. Así que de noche... No quería que estuviera sólo.
Me notaba cada vez más cansada, dormía unas tres horas diarias por la preocupación y el insomnio que me suele producir mi horario de trabajo últimamente. Además iba a clases de Shiatsu y terapias japonesas.
Empecé a ser super obsesiva en el trabajo, repasaba todo lo que hacía quinientas mil veces, me volví paranoica y cada vez me iba agotando más y más... Por supuesto no era consciente de ello, ahora lo veo, pero en ese momento no.

Y un día... Gracias a la clase de Sokushindo, exploté.

El Sokushindo es la reflexología podal oriental. Tiene puntos comunes con la reflexología occidental, pero también muchas diferencias, ambas son efectivas y sirven para desbloquear energías estancadas. En las clases practicábamos entre nosotros. Mi compañera Núria practicó conmigo (era la última clase, por lo que ya sabíamos hacer el masaje completo)... Y mientras me lo estaba haciendo me empecé a sentir distinta, algo hizo "click" en mi... Cuando acabó tenía un puño en el estomago... Me fui a casa con los sentimientos a flor de piel. Cogí mis tuppers y ya dirigiéndome a trabajar surgió el llanto... A borbotones...
Llegué llorando desconsolada al hospital. No quería que me vieran de ese modo, pero tenía que trabajar, así que...
Me preguntaban porque lloraba, ni yo misma lo sabía, pero no podía parar. Simplemente, algo en mi no estaba bien. Subí a UCI, no podía ni hablar, me veía incapaz de trabajar... Además, sentía que uno de mis problemas era, precisamente, mi trabajo... Mis compañeros y amigos intentaban animarme. Al final, sobre las 24h (llevaba 3 horas llorando), paré. Pero el problema no era el trabajo en si, era mi horario. El horario de noche de lunes a domingo, el insomnio que venía arrastrando y la tristeza que se había instalado en nuestro hogar me estaban matando. Eso era. Estaba exhausta.
Me planteé ir al CAP saliendo de trabajar para que me diera la baja unos días, pero decidí finalizar la semana y ver que tal. Acabé la semana sin pena ni gloria, pero la acabé.
Ese martes era el cumpleaños de Iván, hacía mucho tiempo, meses,  que había hecho una reserva en Les Cabanes als arbres,  para celebrar su cumpleaños. Estábamos los dos un poco desganados,  pero fuimos y nos pareció precioso. Las Cabanes están en medio del bosque, no tienen electricidad, tienen una estufa de bioetanol,  un baño de serrín, linternas frontales para ver por la noche y un  diario donde los huéspedes pueden contar su experiencia y pueden leer las de los demás. El desayuno por la mañana  te lo dejan en una cesta en el suelo del bosque y con una cuerda tú la subes a tu cabaña. Hay ocho Cabañas,  algunas son para parejas  Y otras para familias.

 Y estando allí, el universo me hizo un regalo.